La oreja

LA OREJA TROPICAL

Siempre me llamaron la atención las orejas
por su carácter comestible, flexible y funcional.
No tienen precio
en el sentido más difícil y apasionante:
poder interpretar el futuro en sus hechuras.
Confieso que nunca podría ser Nelson
sin haber soñado con las orejas de Mozart,
sin los pabellones sustantivos de Bach.

Mis cromosomas están configurados
acorde a sus más bellas sinfonías,
en la loca sintonía de sus conciertos,
en el orgasmo final de su bipolaridad
adobada en pimienta y aceite de oliva.

Amo las orejas.
En pepitoria, en chicharrrón,
con aceite, pimienta y limón.

La forma de cocinarlas me es insustancial.
Estando, los pabellones auditivos,
en la ternura del más puro colágeno,
despietan en mi arreabtos morbosos
que más tiene que ver con los arcanos
que con la culinaria
de las negras de Limón.

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