un crimen cuasi perfecto

Aquella bala aligeró mi pulso
del asco helado que me corroe.
El aire denso de humo y sudor acre
frenaba su avance, ahogaba la voz
de un silencio sonoro y crispante.

(La presentí centímetros antes
que rompiera mi piel de socoyote.)

Resbalaban, fluidos,
mis dedos, la hamburgesa,
unas gotas de sudor,
las gargantas, la cerveza,
el aliento, los cristales,
el whiski, las rocas desiertas
la saliva suplicando redención
perdida ya la guerra.

Recordaba haberlo vivido antes
el color fronterizo de los dientes,
los mofletes del camarero,
las tetas abrisadas de las mulatas,
el bostezo de aquel silencio,
el humo aburrido buscando techo,
el suelo empedrado de colillas,
mi mano acariciando las piernas
de la Reme. Buscando bahía,
para desertar en otros mares.

(En algún círculo del tiempo hacemos
un ensayo general de nuestra vida.
Luego olvidamos y solo
breves retazos salen
a borbotones en el desierto.)

Aquella noche sólo la bala
parecía tener claro su destino.
Los demás éramos locos vencidos
a la carne del siquiatra.

Un grito me sacó de las cavilaciones.
noté que todos miraban agónicos
el rostro de un ser histriónico,
el poco aire que quedaba en mis pulmones.

Rascaba la garganta del viejo Tom
Blue Valantines. Karla y sus amigas,
ajenas a folletines humanos,
revoloteaban el sueño
de sus cangrejos muertos.
Derrumbado sobre la mesa,
con la nariz cubierta de mostaza
maldecía mi mala suerte
¡Estrenar una corbata
el día que voy a morir.!

Segundos antes me había
alejado un poco de mi cuerpo
la distancia justa de tres infiernos
y disparé a quemarropa, sin titubear
sobre aquella patibularia camisa
de flores hawaiana.
Sobre aun tipo que reía sobrado
en la barra de aquel lugar.
El resto ya lo saben ustedes

Había ensayado esa acción
innumerables veces
de frente, de lado. Elegí la espalda,
el lugar mas alejado de mi corbata.

Yo se lo había advertido.
Aquella hembra era mi novia
aliento de vida
y no me gustaba que nadie paseara
sus manos sucias sobre ella.

Fue un crimen perfecto.

Mientras aflojabas mis músculos
que se resistían a partir
a ese incierto viaje a la nada
que algunos llaman muerte
me decía ensimismado:
Nunca debí dar la espalda
a ese cabrón.

Roger Nelson

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