Ménage á trois

La oreja arribó sola
tres horas después
de luna llena
a tu boca, bahía solitaria,
donde se consumaría
el sacrificio.

Era la hora convenida
pero el sumo sacerdote
llegó, como siempre, tarde
con su melena
rizada y negra,
Polifemo tuerto
le parecía a la condesa de Zubov.

Fanfarroneaba de un coito
que la oreja protestó.
Estaba un poco nerviosa,
iba a ser su primera vez
y encima en grupo.

Segundos de incertidumbre:
la poya tomó el timón.
Como miembro más experimentado
empezó a hablarle
dulcemente a la oreja,
después la besó con pasión
(un escalofrío primerizo
corrió por los cartílagos
del pabellón auditivo).

La luna se reflejaba
en los labios de la bahía
que atrapaban revoltosos
al glande juguetón
del sumo sacerdote.
La lengua, melosa,
jugaba a su vez
con un lóbulo coqueto
que se dejaba querer
(hubo algún que otro chupetón).

Más de un suspiro
quedó a merced de las olas.
(Los dientes murmuraban
pero ellos tienen aquí
poco que rascar,
les advirtió la boca)

Pudo haber alguna protesta.
Partes del cuerpo
que reclamaban al rector
más por los ruidos
que por cualquier otra situación.

Llegó el momento esperado,
la poya tomó turgencia y distinción,
el pabellón auditivo dilató
y se consumó el sacrificio ritual
en el altar de los dientes
ahora mas calladitos y atentos.

Ella era virgen,
él misericordioso:
hizo lentamente la penetración
sintiendo derretirse
martillo y yunque
con estertores de chocolate.
La lengua hizo el resto
dulcificando la situación

(Los ojos miraban desorbitados.
Estos beatos hipócritas
no se cansarán nunca
de masturbarse
mirando las piernas
de las mujeres.)

Al final fumamos los tres.

Roger Nelson

1 comentario:

Leyddy Dhianna Reynoso Caraballo. dijo...

Yo los amo a ustedes, gracias por sus palabras, son un encanto, un amor...

Un beso multiplicado por tres. mas mil...