Putanna Venecia

Robé todo el tiempo y el dinero que pude,
corrí hacia el puerto de mis sueños
y me enrolé en un barco asqueroso
como ayudante de cocina
con aquel maricón que se pasó el viaje
intentando tocarme las pelotas;
al final le aticé un par de hostias
y le partí los morros por jilipollas.

Al poco tiempo paseaba
las calles decadentes de Venecia,
la carnes putrefactas de sus palacios,
el olor asqueroso de las almas que la habitaban
y fui feliz algunos segundos;
los mismos que creí que las putas
de Venecia eran formidables.

Porque aquello no era lo que imaginé.
Esas parejas cogidas de la mano
jurándose amor eterno,
renovando un amor mentiroso
o comprándose por unos putos dólares.
Tirando moneditas a la Fontana.
¡Vomitivo espectáculo!

Me repugnaba tanto que mi verga
devino en supino turgente.
Era la señal requerida para beber
un buen vino.

La urgencia de correrme en los reumáticos
dinteles de aquella puercas puertas,
de gritar en los corazones
de aquellos palacios decadentes,
me hizo llamar al gondolero
-hijodeputas cínicos que le cantan al amor
después de cenar-.

Hacía frío aquella maldita noche.
Busqué a la zorrita
más cercana a mi desierto
-no la más bella, no la más complaciente-
- Ven, le dije,
sube a mi góndola, querida.
Y después del trato subió, claro.

Comenzamos un paseo nocturno
por los canales de Venecia.
Yo le explicaba detalladamente la arquitectura,
la belleza de aquellos rincones únicos, sublimes;
ella me miraba, pensando que estaba loco,
entre aquellos recovecos
apenas iluminados por un rayo de luna.
Llegamos a San Marcos.
Allí los relieves eran piedras fantasmales.
Como aquel grupo de nobles,
los Tetrarcas, agarrados de la mano.

- Se aman, le dije.
- Se aburren, dijiste entre dientes.

Y en aquel rincón, en la penumbra de los dioses
gastados como la piedra, la follé generosamente.
Me miró con un reproche.
- ¡Calla! le dije.
El gondolero también hizo un gesto de protesta.
(Una pistola dispuesta a volarle los sesos
al ciudadano más hostil
siempre es una buena excusa para la complacencia)

Llegué a uno de los orgasmos más fantásticos de mi vida.
No tanto por la penetración de la carne
como por la contemplación de tanta belleza.

Lloré como los cielos llueven su miseria
y después de lanzar un puñado de dólares sobre la góndola,
suficientes , generosos ,
me marché, caminando,
en una búsqueda incierta de mi,
otro pez corrupto,
atrapado en las redes de esta cosa
que llaman vida.

- ¡Qué bella está Venecia esta noche!

Nunca podré olvidar la cara de sorpresa
de la puta y el gondolero.

Fantástica imagen,

¡ellos qué sabrán del amor!

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